Tan pronto como Jesús escuchó la noticia, partió en una barca hacia un lugar remoto para estar solo. Pero la multitud escuchó hacia dónde se dirigía y lo siguió a pie desde muchas ciudades. Jesús vio la gran multitud al bajar de la barca, tuvo compasión de ellos y sanó a sus enfermos. (Mateo 14:13-14 NTV)
Cuando me llegó la noticia del fallecimiento de mi abuela, me pesó el sentimiento de pérdida. Ella había vivido una vida larga y ejemplar, dejando este mundo en paz a los 95 años. Aún así, el peso de la pérdida me envolvió y supe que necesitaba recurrir al consuelo de mi Padre celestial.
Cuando Jesús se enteró de la muerte de su amigo y precursor del ministerio, Juan el Bautista, buscó los brazos tranquilos y consoladores de su Padre. Se retiró en barco a un lugar tranquilo. Pero antes de que Jesús alcanzara ese codiciado tiempo a solas con Dios, fue interrumpido por multitudes de personas necesitadas. Tan pronto como atracó, vio a la gente y les ministró. Conociendo a Jesús y las graves noticias que había recibido ese mismo día, los discípulos le indicaron que fuera “a un lugar remoto” y lo animaron a “despedir a la multitud” (Mateo 14:15). Tenía tal compasión que incluso en medio de una inmensa pérdida, se sintió impulsado a alimentar a las masas hambrientas, multiplicando milagrosamente cinco hogazas de pan y dos peces para obtener comida suficiente para 5.000 personas. Finalmente, despidiendo a la multitud y a los discípulos, Jesús subió solo a las colinas a orar. (v.23)
Leemos en los Evangelios que Jesús a menudo se retiraba a un lugar solitario para encontrar curación interior (Marcos 1:35; Lucas 5:15-16; 6:12-13; Mateo 15:29). La compañía restauradora e indivisa de Su Padre era parte integral de Su ministerio. El flujo y reflujo del alcance de Jesús implicaba atender las necesidades de la gente, intercalados por períodos de tranquilidad en la presencia renovadora de Dios. Estos momentos con el Padre recargaron a Jesús, vigorizándolo para un ministerio poderoso y compasivo.
Los desafíos y circunstancias de la vida a menudo pesan sobre nosotros, privándonos de la energía para vivir y ministrar como deberíamos. Cuando estamos abrumados por la pérdida o los rigores de la vida diaria, siempre tenemos un lugar seguro donde dejar nuestras cargas. En compañía de nuestro Padre celestial, encontramos curación para que nosotros, a nuestra vez, podamos extender la curación de Dios a un mundo necesitado.
Padre, hoy vengo al pie de la cruz de Jesús, cuyo sacrificio expiatorio ha logrado el perdón y la curación para mí para siempre. Renuévame en Tu presencia para que pueda extender Tu compasión a quienes me rodean.
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