Por Jerry McGlothlincolaborador de artículo de opinión
Al contemplar la vasta extensión de la historia humana y el complejo tejido del presente, resulta intrigante considerar una perspectiva arraigada en la teología cristiana: que, en un sentido divino, el mundo puede girar en torno a cada individuo. No se trata de caer en una visión narcisista en la que los propios deseos y necesidades eclipsan todo lo demás, sino más bien de reconocer un profundo principio espiritual: el compromiso personal de Dios con cada ser humano, ofreciendo un camino hacia la salvación y la vida eterna.
El Libro de Daniel, un texto antiguo lleno de profecía y sabiduría, habla de los tiempos modernos con sorprendente precisión. Daniel 12:4 habla de un futuro donde «muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia aumentará». Esta profecía, vista a través de la lente de los logros contemporáneos, resuena con el rápido avance de la tecnología y, en particular, el desarrollo de la inteligencia artificial (IA). La capacidad de la IA para aprender, adaptarse y potencialmente superar la inteligencia humana parece alinearse con la visión de Daniel de un crecimiento exponencial del conocimiento. Sin embargo, estamos al borde del abismo y apenas saboreamos lo que la IA puede lograr a medida que comienza a desarrollarse sobre sí misma y a desbloquear capacidades que aún no comprendemos completamente.
Esta revolución tecnológica, sin embargo, sirve como telón de fondo para una narrativa divina más profunda. Si abrigamos la idea de que Dios ha orquestado el mundo de tal manera que la experiencia de cada persona es exclusivamente suya (un viaje personalizado en medio de un escenario global de 8 mil millones de personas más) nos encontramos con una demostración impresionante de la omnipotencia y el amor personal de Dios por cada individuo. . Cada momento, cada encuentro, cada alegría y cada prueba pueden verse como algo designado divinamente, destinado a acercar a cada persona a Dios, revelar su verdadera naturaleza y determinar su lealtad eterna.
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Esta personalización de lo universal no se trata simplemente de las elecciones que uno enfrenta en la vida sino de la decisión existencial de quién es. Trasciende los meros sistemas de creencias para tocar el núcleo de la identidad y el propósito. La prueba divina, entonces, no es arbitraria sino profundamente intencional, diseñada para revelar quiénes somos realmente y a quién elegimos seguir.
Desde esta perspectiva, los avances en la tecnología, incluida la IA, no son sólo hitos de los logros humanos sino señales en el viaje espiritual de la humanidad. Representan el cumplimiento de la profecía, sí, pero también sirven como herramientas y pruebas que pueden acercarnos más a Dios o profundizarnos en la autosuficiencia y el orgullo. El aumento del conocimiento no se predijo como un fin sino como un medio: un entorno propicio para tomar la decisión final.
El concepto de Dios centrando el mundo alrededor de cada individuo puede parecer abrumador, similar a afirmar que cada persona es protagonista de su propia historia divina. Sin embargo, esto no es para inflar el ego sino para subrayar el inmenso valor que Dios otorga a cada alma. Es una invitación a reconocer que en la gran narrativa de la creación, la redención y la salvación, cada decisión importa, cada momento es una oportunidad y cada vida es una historia de comunión potencial con lo Divino. Esta omnipresencia y omnisciencia pueden aturdir la mente, especialmente porque todas las experiencias simultáneas no violarán el libre albedrío de nadie. Es un testimonio de la infinita capacidad de Dios para participar íntimamente en cada vida. Puede orquestar simultáneamente un mundo que gira a tu alrededor y a todos los demás, sin contradicciones.
Así, el desafío y la invitación ante cada uno es claro: elegir. Frente al avance de la tecnología, en el ajetreo de la vida diaria, en los tranquilos momentos de contemplación, la pregunta sigue siendo: ¿de quién serás? El mensaje cristiano ofrece a Jesucristo como el Salvador, quien venció la muerte y ofrece vida eterna a quienes creen en Él y lo aceptan en su corazón.
Elegir seguir a Cristo no es escapar de la realidad sino un compromiso con ella en el nivel más profundo. Significa vivir no para los placeres transitorios de la «carne», sino con la mirada puesta en la eternidad, reconociendo que, si bien podemos disfrutar de los dones de la vida, en última instancia somos ciudadanos de otro reino.
Al final, ya sea que el mundo gire a nuestro alrededor en un sentido literal o metafórico, la perspectiva cristiana sostiene que son nuestras elecciones individuales en este viaje divinamente personalizado las que determinan nuestro lugar en la eternidad. El llamado a aceptar a Jesucristo es una invitación a emprender un camino de transformación, propósito y comunión eterna con Dios. Es una elección de significado eterno, ofrecida a cada alma, en cada época, hasta el fin de los tiempos.
Pero no lo olvidemos, este juego de la vida es también un juego de sillas musicales. No sabemos cuándo parará la música y se nos exigirá la vida. Entonces, elige ahora. Confío en que tomarás la decisión acertada.
Jerry McGlothlin se desempeña como director ejecutivo de Invitados Especiales, una agencia de publicidad conocida por representar a invitados que se dedican a ayudar a preservar y promover nuestra República Constitucional y a mantener una ética judeocristiana.
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