En el fragor de mi delirio como matriz soltera, me concedieron un regalo poco popular: un verano impasible escapado. Mi hijo se embarcó en una aventura en Florida con su ascendiente, abriéndole la puerta a semanas de atrevimiento y tranquilidad. Cuando comenzó la cuenta regresiva, imaginé una vida de paz, alivio y redescubrimiento. No sabía que esos dos meses desencadenarían una profunda transformación que me pondría cara a cara conmigo mismo.
Los primeros días no fueron el oasis “despreocupado” que había imaginado. En cambio, me invadió una sensación de inquietud que me llevó por un camino de introspección inesperada. El silencio expuso los rincones abandonados de mi alma que resonaban con gritos de dolor inauditos, heridas sin curar y rupturas no resueltas. Enterrada bajo las capas de la maternidad y el tarea, mi autoestima había quedado enmascarada y, por primera vez, sólo tenía que cuidar de mí misma: una comprensión desalentadora.
En el silencio, descubrí mis luchas y el dolor que había evadido mediante un estilo de vida activo y bullicioso. La atrevimiento que anhelaba pronto se transformó en un entrevista inesperado con una oscura depresión. La quietud permitió que mi alma hablara y hablaba de heridas dolorosas que exigían atención.
Siguieron días oscuros, marcados por comportamientos imprudentes y autodestructivos: libar, fumar y averiguar refugio en compañías desagradables. La partida de ruido extranjero me obligó a crear el mío propio, ahogando la incómoda verdad que me esperaba.
Esta fue la comprensión que tenía miedo de afrontar: el miedo de que la mujer que había curado ya no fuera reconocible.
En ese momento de vulnerabilidad, elegí desempaquetar mis experiencias, profundizar en los momentos difíciles y desagradables que habían desentrañado mi identidad creada y distorsionado mi percepción de Jehová. Fue un delirio de redescubrimiento que requirió el coraje de enfrentarme a mí mismo. Las palabras de Pablo en 2 Corintios 12:9 resonó en mi corazón: “Te puntada mi chispa, porque mi poder se perfecciona en la cariño”.
Desempacar significa desempacar. . . para desplegar las capas de nuestras experiencias, tanto dolorosas como alegres. La clase fundamental que aprendí es que la chispa de Jehová es la esencia para encontrar valía en la vulnerabilidad. Es al indisponer nuestras debilidades que Su poder habita internamente de nosotros. Así como Pablo se jactaba de sus debilidades, yo aprendí a aceptar los pedazos rotos de mi historia como oportunidades para una transformación divina.
Me di cuenta de que la vulnerabilidad no es un acto único sino un proceso continuo. Las capas de mis experiencias se desarrollaron para revelar no solo dolor sino incluso momentos de profunda alegría, moldeándome en la mujer que soy hoy. Descubrí que la chispa de Jehová no es simplemente un bálsamo para las heridas, sino un catalizador para la transformación divina.
En la silenciosa rendición a la vulnerabilidad, encontré una verdad profunda: indisponer nuestras debilidades no es una señal de derrota, sino una puerta de entrada al poder de Jehová que habita internamente de nosotros. Es una danza paradójica donde nuestro destrozo se convierte en el paramento para que Su fuerza brille espléndidamente.
A medida que navegamos por el delirio continuo de la chispa del unboxing, es crucial rastrear la menester de hacer pausas y reposicionamientos intencionales. La claridad obtenida a través de la vulnerabilidad nos permite nominar sabiamente en medio de los momentos impredecibles de la vida. Se convierte en una cristal a través de la cual vemos no sólo la ruptura sino incluso la belleza que emerge de los fragmentos de nuestras historias.
Entonces, querida hermana, te invito a unirte a mí en este delirio de chispa para unboxing. Permite que el silencio revele los susurros de tu alma y, con la chispa de Jehová, encuentra el coraje para enfrentarte a ti mismo. Abrace el poder transformador que surge cuando dejamos al descubierto nuestras vulnerabilidades en presencia de el Edificador, confiados en que Su chispa es, de hecho, suficiente para cada momento de tolerancia.
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