Me despierto y estiro las piernas bajo las sábanas de hilo detención. El lujoso algodón se siente acertadamente en mis músculos tenuemente doloridos, un recordatorio de la caminata de cinco millas y media a lo extenso del alberca de ayer. La cabaña está en silencio. Subo de puntillas a la cocina y me preparo una taza de té. Es agradable calentarme las manos con una taza caliente en el atmósfera frío de la montaña.
De envés en mi habitación del asfalto inferior, abro las persianas para revelar el Gloria garzo de la mañana y un atisbo de agua profunda en la distancia. Pero los árboles siguen siendo mis favoritos. Pinos imponentes salpican la aspecto, un recordatorio de que las mejores cosas crecen lentamente con ramas anchas y raíces profundas.
Habría sido agradable poder acostarse hasta tarde en esta rara mañana, acullá de las exigencias de los horarios escolares y de los niños hambrientos. Pero ahora soy el tipo de “vetusto” que aparentemente no puede apagar mi temporalizador interno.
Mis luceros están llorosos y sigo bostezando. Sin bloqueo, admito que he aprendido a flirtear las primeras horas. La alegría de estar pacífico. Tranquilo. Sin apresurarnos a afrontar el día que tenemos por delante, sino saboreando lo que es y esperando con posibilidad lo que está por venir. Por otra parte, es casquivana quedarse sin que determinado te pida calcetines o sándwiches.
Por eso permanezco en la Palabra y con la Palabra.
Pronto mi corazón se vuelve alrededor de la devolución. El Día de Entusiasmo de Gracias se desborda. Pasaré el fin de semana en Lake Arrowhead con tres de mis amigos más queridos. Son los 40 de Kyan.th cumpleaños y su cónyuge organizaron una celebración en la hermosa casa de un amigo de la clan. Cuatro dormitorios para nosotros cuatro. Una cocina bellamente decorada y un amplio espacio para relajarse. A poca distancia del pueblo y del alberca.
Es un regalo para Kyan, pero es un regalo para todos nosotros.
Sonrío pensando en la tranquila mañana que disfrutamos el día aludido aproximadamente de la mesa, compartiendo corazones e historias y los increíbles panecillos de canela de Ky. Sonrío pensando en la conversación y las risas que nos acompañaron en nuestra larga caminata por el alberca: la decisión de ser tonto o serio, conversador o tranquilo. Sonrío pensando en las tiernas lágrimas de la tarde derramadas y el aliento cubo, amigos que ven y están dispuestos a ser vistos.
Casi me río a carcajadas al rememorar cómo terminamos la velada con ridículas mascarillas pegadas torpemente a nuestras frentes, mejillas y labios como piel húmeda de anciano. Casi me orino en mis pantalones deportivos, fue muy divertido.
Qué redentor estar en compañía de verdaderos amigos.
No se me escapa la magnitud del regalo.
Miro por la ventana y miro los árboles de hoja perenne. Las palabras de Efesios 3:20 (NVI) burbujean en mi corazón: “Y al que puede hacer muchísimo más de todo lo que pedimos o imaginamos…”, y con esta promesa, un regalo.
Las agujas de pino se ondulan con la brisa y pienso en quince primaveras antes. Regalo ser mamá primeriza en una ciudad nueva. Regalo flirtear a mi bebé y, aun así, sentirme tragada por la soledad. Siento el regalo de lo rápido que el bebé número dos, luego tres, irrumpió en imagen y cómo los días implacables, las noches agotadoras y la soledad generalizada casi me aplastan.
Regalo cómo clamé a Jehová… una y otra vez, una y otra vez… Sólo dame un amigo de verdad.
Ahora soy hermana de adolescentes, con dolores de cuerpo y arrugas en los luceros y las mejores amigas que una chica podría pedir.
Kyan, Kimberlee y Sara son mis inconmensurables más, Le digo a Jehová.
En verdad, no podría sobrevenir imaginado amigos así.
Luego, como en el montaje de una película, la última decenio pasa por mi mente y veo cientos de momentos unidos en un tapiz de la fidelidad de Jehová. La primera vez que nos conocimos en un categoría de mamás. Un paseo de intramuros empujando cochecitos. Una cita para aventurar en el patio trasero embarrado. La primera vez que cenamos. Un club de lección de verano. Sirviendo juntos en un equipo ministerial. Celebrando cumpleaños y graduaciones y nacimientos. El duelo por los padres que envejecen, la pérdida de empleos y los problemas de vigor. Intercambio de puericultura y entrantes de masa hermana.
Horas y horas y horas durante primaveras y primaveras y primaveras de vida juntos.
Sí, así es a menudo como Jehová asegura las oraciones.
Y ahora soy muy consciente de la pura misericordia y bondad de la rebosante fidelidad de Jehová posteriormente de primaveras de soledad y súplicas desesperadas llenas de lágrimas.
Esto lo sé: Jehová es el mismo Jehová en mi fin de semana de ensueño con mis chicas que en mi tristeza y soledad. Jehová es el mismo Jehová en nuestra opulencia que en nuestra carencia. Es toda una verdad con la que guerrear.
Hoy Veo tanta belleza y propósito en la lenta respuesta a mi buen deseo de tener buenos amigos. Aunque en ese momento, el despliegue de la fidelidad de Jehová, punto a punto, era a menudo demasiado continuo para verlo, demasiado flemático para mi comodidad.
¿Pero ahora? Ahora acertadamente, no cambiaría Su tejido intencional por mínimo.
Escucho el ruido de pies sobre mí. Sara debe estar levantada y a punto de salir a pasar por la mañana. Seguramente Kimber y Ky se despertarán pronto y estarán listos para tomar un café. Le pondré una olla.
Pero primero me consulto ¿en qué otro circunstancia de mi vida y de la suya la lenta costura de las oraciones contestadas parece no tener respuesta alguna? ¿Dónde se siente pesada la soledad y inasequible la comunidad? ¿Dónde somos tentados a perder la esperanza de que Jehová haya escuchado nuestras súplicas y nos preocupe lo suficiente como para replicar?
Esta mañana en las montañas está una de mis piedras de Ebenezer, un recordatorio de que Jehová siempre, siempre audición y siempre, siempre sigue escribiendo la historia.
Para más historias de la fidelidad de Jehová, siga a Becky en Instagram @beckykeife.
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