No esperaba perder las ganas de comportarse. Eso era poco para los que dejaron de fumar, aquellos que eran crónicamente negativos o débiles. Desde mis primeros expresiones, siempre he sido un contendiente. Decidido, ilusionado, obstinado hasta el extremo. Renunciar no era una opción.
Hasta que parecía la única opción que me quedaba.
Fueron necesarios vigésimo abriles de pérdidas consecutivas e implacables para que finalmente perdiera la voluntad de guerrear. Traición, divorcio, maternidad soltera. Retornar a casarse, ser padrastro y ser padre adolescente, seguido de acoger y criar a tres niños que sufrieron un trauma espinoso. Luego vinieron los tres diagnósticos de cáncer en el descuido de cinco abriles: bam, bam y BAM. Y en medio de eso enterré a mi papá a posteriori de su disputa de trece meses contra el cáncer de páncreas terminal.
Y esas fueron sólo las “grandes” pérdidas. Hubo otras luchas que fueron menos sensacionales pero no menos dolorosas. Como un Weeble Wobble, siempre había sido capaz de recuperarme de un desafío. Pero a posteriori del tercer diagnosis de cáncer, el que me dejó con una discapacidad permanente y dolor crónico, perdí la fuerza. En cambio, quería irme a reposar y no retornar a despertarme nunca más. Cualquier esperanza que alguna vez tuve se había ido.
Hay un versículo en Romanos 5 que deje del poder de la esperanza:
Y no sólo esto, sino que todavía celebramos en nuestras tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y perseverancia, carácter probado; y carácter probado, esperanza; y la esperanza no defrauda, porque el bienquerencia de Jehová ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue regalado (vv. 3-5 LBLA).
Y la esperanza no defraudadice la Escritura inspirada por Jehová.
Y, sin secuestro, regalo tener docto esas palabras e inmediatamente distinguir una oleada de resistor. Y una ira candente.
¡Eso no es cierto! Quería vociferar. Esperanza hace ¡defraudar!
Había orado por alivio y libertad durante tantos abriles. Y, sin secuestro, a pesar de mis rodillas dobladas y mi tenaz esperanza, la única respuesta que parecía percibir era más sufrimiento. Más pérdidas. Más dolor y lágrimas. La burla era un océano y yo me estaba ahogando en él. Luché para nutrir mi fe a flote, para creer en un Jehová bueno, amoroso y poderoso. Y, sin secuestro, esa creencia sólo pareció dejarme cansado y desesperado por ser rescatado.
¿Dónde estaba el Jehová de la esperanza? ¿Dónde estaba aquel que dijo que me amaba y que siempre estaría conmigo? ¿Azar mi dolor implacable no confirmó Su marcha, o al menos Su desprecio?
En algún momento de esos abriles difíciles, fui al ranura y encontré un paquete de regalo. No reconocí la dirección del remitente. Adentro había una carta breve de un completo desconocido adyacente con una cruz de madera de olivo lo suficientemente pequeña como para ser posible en la palma de mi mano. En los meses y abriles siguientes, me encontré aferrándome a esa cruz y frotando su suave superficie cuando la peor de las pérdidas amenazaba con hundirme. Poco en su presencia tangible le trajo consuelo.
Luego, durante la Pascua de un año, finalmente entendí por qué. Aunque había celebrado durante mucho tiempo la resurrección de Jesús, fue el sufrimiento de Jesús lo que me dio esperanza.
Jesús sabía lo que era soportar el dolor y la pérdida. Sabía lo que era pedirle a Jehová alivio y libertad y no recibirlo. Durante gran parte de mi camino de fe, había pasado la Pascua a través del deleite de la resurrección de Jesús. Pero ahora lo vi a través de los luceros de Su sufrimiento y crucifixión. Jesús conoció tanto el dolor físico como la abatimiento espiritual. Sintió la resultón distancia del Padre, que no intervino y le ahorró la cruz.
Y, sin secuestro, Jesús no perdió la esperanza.
¿Por qué?
Porque su esperanza no estaba en un resultado. Su esperanza estaba en una Persona.
Acuérdate de tu palabra a tu siervo, porque me has regalado esperanza. Mi consuelo en mi sufrimiento es este: Tu promesa preserva mi vida.
Himno 119:49-50 (NVI)
Tu promesa preserva mi vida, escribió el salmista. No la promesa de Jehová de ser felices para siempre. No la promesa de Jehová de curación física o una tribu perfecta o una existencia sin dolor.
Pero la promesa de Jehová de Él mismo.
Jesús es la promesa de Jehová cumplida, la presencia divina en carne humana. Y el firmamento, la esperanza de una tierra prometida eterna y sin dolor, es la habitación final de esa promesa, cuando viviré en la presencia llena de esperanza de mi Padre Jehová para siempre.
Han pasado casi seis abriles desde que esa temporada de sufrimiento casi me derribó. He tenido más días difíciles de los que puedo contar. La vida sigue teniendo circunstancias inesperadas y pérdidas dolorosas. Claro, yo todavía tengo muchos días buenos y los celebro. Pero la vida sigue siendo difícil para muchos de nosotros.
Aún así, mientras miro mi cruz de madera de olivo, más gastada que hace seis abriles, me regalo una y otra vez:
Si pongo mi esperanza en un resultado (una oración que quiero que sea respondida o una curación que quiero que se realice), terminaré desilusionado. “Tendréis sufrimiento en este mundo”, dice Jesús (Juan 16:33). Esas son las malas noticiario en términos inequívocos. Nadie de nosotros escapará del dolor de la condición humana. Es parte del trato.
Sin secuestro, Jesús no terminó con las malas noticiario. “¡Pero anímate! Yo he vencido al mundo”, promete (Juan 16:33).
Jesús, la presencia de carne y familia de Jehová mismo, es nuestra buena nota. Él es nuestra esperanza, nuestra oración contestada a todas las oraciones. Y si nuestra esperanza descansa sólo en Él, no seremos decepcionados. Nuestra esperanza es tan segura como Su resurrección, nuestra inmortalidad es tan perfecta como Su promesa. De una forma u otra, amigos míos, lo mejor está por conseguir.
Esta historia fue escrita por Michele Cushatt y publicada en el Crea en mí un estudio bíblico de corazón de esperanza.
Crea en mí un corazón de esperanza es un estudio bíblico (in)valentía, escrito por Mary Carver y que presenta historias de tus escritores (in)valentía favoritos. El primero de una serie de cuatro estudios, corazón de esperanza Observa cómo Jehová nos ofrece esperanza: esperanza vivo, segura e inquebrantable. Creemos que observar de dónde viene esa esperanza y cómo se ve en nuestras vidas nos ayudará a comprender, en primer lado, qué es la esperanza y, en segundo lado, la diferencia que hace. Permitirá a Jehová crear en nosotros un corazón de esperanza. Crea en mí un corazón de esperanza ahora está adecuado dondequiera que se vendan libros. ¡Ordene su copia hoy!
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